jueves, 23 de febrero de 2012

Un clavo arrancado de la cruz quita otra preocupación.

Me declaro culpable de sentirme bola de helado que ansiaba ser apagada por tu fuego. Pero mi figura debería ser inimputable. Podrías perderte en la acusación o entre mis numerosas curvas. Los rizos de mi pelo, la boca que te sonríe, los ojos que se rasguean, la guitarra que suplica que acaricien sus flexibles cuerdas. Sinuosas, susurrantes, silenciosas.
Tengo unos labios tan grandes que no hace falta mucha puntería para besarlos. Pero si se curva en un NO, se acabó tu historia (Antítesis de Joyce, mis finales se cierran cercando caricias). Sólo necesitas el tacto y olfato necesario para ser de mi gusto.
Y como dicen que un clavo quita otro clavo, me he vuelto dueña de una ferretería y te he crucificado con ellos. Me siento a gusto en el papel de blasfema.

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